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Julio Robles tras su dramática cogida.
La tragedia se había cebado de nuevo con la tauromaquia. Hacía tan solo un año que el francés Nimeño II quedó también tetrapléjico por otra tremenda cogida en la plaza de Arles, con una caída que le partió el cuello. Dos años después, ese Nimeño, el más grande torero que había dado Francia, se quitó de en medio de la vida, suicidándose.
Muchos años después, un toro voltearía en Méjico al grandísimo torero mejicano, “El Pana”, y le rompió la vida por el cuello en una cogida muy parecida a la de Julio Robles y Nimeño II.
Julio Robles y su silla de ruedas
El toreo salmantino montó una ganadería en su finca de “La Glorieta”. Le ayudaron, con vacas y hombres del campo, compañeros de la tauromaquia como Dámaso González, José María Manzanares o Enrique Ponce y ganaderos como Alipio Tabernero, Sepúlveda o los propietarios de El Sierro.
Pasó por dificultades anímicas, entre ellas la separación, que no fue nada fácil, con su entonces mujer, la colombiana Liliana Mejía, con quien no tuvo hijos, y de la que terminó separándose solo tres años después de su percance.
Sacó fuerzas como un estoico desde ese perfeccionismo y carácter que le acompañó desde niño. Se agarró a su fe y pidió ayuda al Cielo para que le sacaran adelante. Fue mucha la gente buena que le demostró no querer solo al torero como tal, sino principalmente al hombre. El gran torero que fue Robles salvó al hombre.