Una fecha que se tuvo que retrasar a última hora
Todo estaba dispuesto para que la boda de Carlos y Camilla se celebrara el 8 de abril de 2005, un viernes, pero a última hora se retrasó un día y los festejos tuvieron lugar el día 9 para que el entonces príncipe Carlos pudiera asistir al funeral del papa Juan Pablo II, que había fallecido el 2 de abril en el Vaticano.
"Como muestra de respeto, Su Alteza Real y la señora Parker Bowles han decidido posponer su boda hasta el sábado", expresó el comunicado real que difundieron.
Percance con los zapatos el día de su boda
La Reina consorte recordó cómo Isabel II la tranquilizó el día de su boda con el por entonces príncipe Carlos, el 9 de abril de 2005, después de sufrir un percance con sus zapatos. "Yo estaba bastante nerviosa y, por alguna razón desconocida, me puse un par de zapatos y uno tenía un tacón más alto que otro", ha explicado la mujer del actual monarca. "Estaba ya a mitad de camino rumbo a Windsor y pensé que no había nada que hacer. mientras ella lo vio y me dijo: "Mira, lo siento terriblemente", contaba la protagonista, remarcando el "gran sentido del humor" que tenía la monarca.
Vestida con un elegante vestido estampado, Camilla también ha querido hacer hincapié en cómo Isabel II labró su camino en una época en la que el mundo estaba dominado por hombres y no tenía referencias femeninas al mando de ningún cargo: "Debió de ser muy difícil para ella ser la única mujer. En ese momento no había primeras ministras ni presidentas. Ella era la única y tuvo que forjarse su propio papel. Ha formado parte de nuestras vidas desde siempre. Ahora tengo 75 años y la Reina está presente en casi todos mis recuerdos".
Las memorias de Liz Truss revelan la última conversación que tuvo con la reina Isabel, dos días antes de morir
Aunque hace más de un año y medio que la reina Isabel de Inglaterra falleció, su recuerdo parece estar más presente que nunca con los últimos acontecimientos sucedidos en el seno de la familia real británica. En ese sentido, a partir de las memorias de la primera ministra Liz Truss publicadas en 'The Sun', podemos saber con mayor detalle cómo fueron las horas y días previos a su muerte, el 8 de septiembre.
Truss, que ocupó el 10 de Downing Street durante tan solo 45 días, vivió como primera ministra la muerte de la soberana más longeva del Reino Unido y el ascenso al trono de Carlos III. Sin embargo, ha sido el encuentro que la política tuvo con la reina Isabel dos días antes de fallecer en Balmoral, el que toma relevancia. La política ha explicado que, pese a su avanzada edad, si algo destaca de esta reunión fue el implacable carácter de la monarca en sus horas finales.
En estas memorias, Truss explica que la Reina le dijo que se verían "de nuevo" la siguiente semana y que, dada la forma de la madre de Carlos III de pronunciar estas palabras, la política cuenta que pensó que "absolutamente eso pasaría". "Era una mujer extremadamente sabia y muy, muy atenta", expresa en su relato sobre el encuentro.
De ahí que la noticia de la muerte de la soberana a los dos días de este encuentro le sobrecogiera, tal y como ella misma ha manifestado. La ex primera ministra recuerda haber pensado: "¿Por qué a mí? ¿Porqué ahora?". Y es que, tal y como la política señala en sus memorias, el fallecimiento de la reina Isabel con todos los actos y eventos conmemorativos que ello implicaba supuso para Truss estar "muy lejos de mi zona de confort natural".
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A los reyes de Inglaterra no les gustaba el entonces Felipe de Grecia por varias razones. La primera y más importante es que por sus venas corría la sangre alemana. El pueblo germano devastó Europa durante la II Guerra Mundial, mostrándose especialmente duro contra la ciudad de Londres, que bombardeaba noche sí, noche también. Que la princesa Isabel hubiera puesto sus ojos en un joven de semejante ascendencia escandalizó a la opinión pública y a buena parte de las altas esferas británicas, que tenían la esperanza de que la heredera al trono reflexionara y se decantara por algún otro chico perteneciente a las casas de alta alcurnia inglesa, como los Grafton, los Rutland, los Buccleuch o los Porchester.
Además, tampoco gustaba el escaso patrimonio con el que Felipe contaba. Los reyes querían para su hija un hombre poderoso y rico cuya posición estuviera a la altura del Palacio de Buckingham, pero la heredera al trono seguía en sus trece. Viendo que era imposible que la joven alteza se separara del problemático griego y que los rumores de compromiso empezaban a filtrarse entre la prensa, la casa real británica ideó un elaborado plan de marketing para limpiar la imagen del futuro consorte de cara a la ciudadanía.
Para empezar, Felipe tuvo que renunciar a sus raíces y a su propia ciudadanía griega, perdiendo así los títulos reales que el país heleno le concedió desde el momento de su nacimiento. Poco después se le otorgó el pasaporte británico, aunque en su primera página ya se podía leer un nombre diferente al que recibió cuando nació. Ya no quedaba rastro de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, aquel molesto apellido alemán, y en su lugar se le bautizó como Mountbatten, un apelativo británico donde los haya.