Una iglesia con encanto, construida con bambú y una ceremonia inolvidable
“La iglesia es muy pequeña, muy sencilla, de bambú. Estaba adornada con flores. Nosotros sabíamos que eso es lo que había aquí. En el Caribe, las iglesias suelen ser así. Pero, al menos, en esta isla había una iglesia y los dos pensábamos que tenía mucho encanto. A cinco minutos de la casa donde se alojaron los novios hay una diminuta iglesita construida de bambú, tan chiquitina y cubierta de vegetación que resulta casi invisible. El interior es sencillísimo: unos bancos de mimbre, otros de madera, y un pequeño altar con lo necesario para celebrar el sacramento del Matrimonio”.
Había flores de buganvilla blancas, velas y hojas de palmera. Un sacerdote, amigo de los novios, voló desde España para oficiar la ceremonia, íntima, emotiva, inolvidable. “Me emocioné mucho cuando vi a Fernando y sentí ya más nervios… Fue un momento precioso”. Ana recordaba con nosotros lo primero que le dijo su marido al verla: “Me dijo que estaba guapísima”. “Alguna lágrima seguro que sí hubo”. Y aunque no hubo arroz ni pétalos, sí “muchos aplausos y felicitaciones”. La boda terminaba con una fantástica fiesta a la luz de las estrellas, y, como es tradición, no faltó el romántico baile de novios, al ritmo de uno de sus cantantes favoritos Ed Sheeran.
Ana Boyer, la "empollona" de la casa, tuvo una boda de ensueño
En 2015 entró a trabajar en el madrileño despacho de abogados Uría & Menéndez, para posteriormente incorporarse como becaria a la sede en Nueva York del Banco Santander. Tras unos meses allí se mudó a Sao Paulo, donde trabajó en el banco BTG Pactual. Pero el amor se cruzó en su vida y por este lo dejó todo.
Ana Boyer y Fernando Verdasco se casaron en el 2017, en una preciosa boda celebrada en la isla caribeña de Mustique. Su enlace tuvo un sabor agridulce para ella, ya que cuatro años antes había fallecido su padre, pero en su camino hacia el altar tuvo un padrino de honor: su hermano Julio José.
Desde entonces, la hija de Preysler y el tenista son la viva imagen de la felicidad. Ana dejó su trabajo para dedicarse a acompañar a Fernando en sus viajes y torneos por todo el mundo. y ahora no lo hace sola: también van con ella los pequeños Miguel y Mateo, los hijos de la pareja.