¿Una persona normal sin piernas?
Juan Pablo insiste en “que los monstruos que nosotros nos hacemos en la cabeza son muchísimo peores que los que están aquí en la vida real” al preguntarle si él, en algún momento, había llegado a pensar que su vida no tenía ningún sentido.
“Me preguntaba cómo iba a volver a ser una persona normal, cómo iba a salir a un bar con mis amigos, cómo iba a salir a un restaurante con mi familia, cómo iba a volver a ser normal. Además, teniendo en cuenta que en la mayoría de los lugares de mi país no están adaptados para una silla de ruedas”.
Y es que el pronóstico que le había dado uno de los médicos no era nada favorable. “Un protesista llegó a la clínica y me dijo: ‘Quiero serte sincero y tú vas a pasar entre 2 y 3 años en volver a dar tus primeros pasos. Tienes que entender tus limitaciones y aceptarlas”.
“Cuando él salió por la puerta, comencé a llorar y le preguntaba a mi mamá que quién se creía él para decirme cuál eran mis tiempos”.
Y al final, Juan Pablo Dos Santos tenía razón. Porque tres meses después estaba en Brasil dando sus primeros pasos.
“Las cosas buenas o malas que nos dicen las personas, nosotros decidimos cómo tomarlas. Eso me pudo haber empujado hasta el fondo del lago y dejarme allí abajo esperando tres años para volver a levantarme. Pero, al contrario, despertó mi rebeldía y me hizo querer demostrar a todas esas personas que decían que no iba a poder, que sí podía. Y que si fracasaba, por lo menos lo iba a intentar”, describió.
–Eres una persona con buen sentido del humor.
–Es que perdí las piernas, no la sonrisa. Aunque, más que buen humor, soy muy burlista: me burlo de los demás y de mí mismo. Un día, en la clínica, un enfermero no entendió un comentario mío y sin querer lo hice llorar.
–Yo ya estaba amputado y él estaba tratando de agarrarme una vía en el cuello porque tenía el cuerpo lleno de agujas. Como uno no está acostumbrado a eso, me explicó que a veces hay que agarrar vías “hasta en los pies”. Yo le dije: “¿Y en cuál de los dos pies podrías agarrarme una vía a mí?”. Él se impresionó y salió de la habitación para llorar en el pasillo. Mi mamá lo fue a buscar y le explicó que era un chiste, que yo sabía que él no había dicho eso con mala intención. Me dio un poco de pena y me disculpé.
–¿Te duele?
–A veces. Cada prótesis encaja en lo que me quedó de cada pierna y los muñones sudan, se irritan, se maltratan.
–De la izquierda solo ocho centímetros. De la derecha tengo la rodilla y siete centímetros más. Yo antes llamaba a la rodilla derecha “la rodilla mala”, porque cuando tenía 17 años me la fracturé jugando fútbol. Mira… –Lleva short y se da una palmada justo donde calza la prótesis con la rodilla derecha.
–¿Y eso fue lo que pasó?
–Sí, me desperté el miércoles, en terapia intensiva, a las tres de la mañana, solo.
–Cuarenta. Al principio estaba abrumado. Soñaba una y otra vez con el accidente. Soñaba que todo volvía a pasar. Pero también hubo algo… y es que aun estando despierto, si cerraba los ojos sentía que había una silueta flotando encima de mí. Yo pensé: “Debe ser mi papá, que está aquí conmigo y no quiere que me vaya”. Para mí nunca ha sido un trauma no haber conocido a mi papá, porque cuando nací él ya se había muerto, pero lo más lógico es pensar que esa silueta que me acompañaba era él, quién más.
Juan Pablo se levanta para contestar una llamada y camina por la cafetería mientras conversa. La gente se voltea para mirarlo. Él ni cuenta se da. Vuelve, se sienta.
Juan pablo dos santos y su novia

En 2016, cuando tenía 17 años, en pleno juego, se fracturó la rodilla derecha. Trasladado a la clínica, le daba golpes a las paredes porque no podía creer que su sueño de convertirse en un futbolista profesional se viera truncado por el percance. Tres años después, en septiembre de 2019, ya alejado del fútbol como único objetivo pero con una vida igualmente activa como amante de los deportes y como estudiante universitario, Juan Pablo Dos Santos tuvo un accidente de tránsito y perdió las dos piernas.
Ahora está aquí, 2021, sentado a la mesa de una cafetería, en Caracas. Alza la vista y se levanta para saludar. Le cuesta un poco, pero es ágil. Qué alto. Debe medir, al ojo, un metro ochenta y pico, pero él se apresura en aclarar que mide un metro noventa y que antes era aún más alto: “Perdí dos centímetros por las prótesis”, dice. Las prótesis: un par de aparatos que se articulan como sendas piernas mecánicas que le permiten erguirse y andar.
