–¿Pensaste en la muerte?
–No, y tampoco me di cuenta de que ya había perdido la pierna derecha. Pasé ese día muy grave y el martes me amputaron la izquierda. Mi mamá tuvo que tomar la decisión. Los médicos le explicaron que de seguir intentando salvar esa pierna, que de todos modos iba a quedar inservible, me podía morir. Y entre la pierna y mi vida, mi mamá escogió mi vida.
Juan Pablo cuenta esto sin que se le asome ni una sola lágrima. Habla sereno y con un orgullo evidente ante la determinación y la fortaleza de su madre, que si ya lo había traído al mundo una vez ahora se aseguraba de que regresara a él a toda costa.
–El mayor temor de mi mamá era que cuando yo me despertara estuviera solo.
–Como si fueran cosas de Dios.
–Tal cual, y yo pensé: “Esto hay que hacerlo más serio”, y decidí crear la fundación. Porque las redes sociales son buenísimas, un story puede cambiar una vida, pero una fundación es mucho mejor: hay un objetivo preciso y puedes reunir esfuerzos. Ya Edwin tiene sus prótesis y cada vez camina mejor. Es un guerrero ese chamo.
Juan Pablo sonríe y se queda como a la espera de saber si hay más preguntas. No da la impresión de estar apurado; por el contrario, da la impresión de tener todo el tiempo por delante, pero le echa un vistazo al reloj. Es obvio que tiene agenda, y está convencido, porque lo ha dicho en otras entrevistas, que “hoy estás vivo, pero mañana quién sabe”.