El Destino de la Novia de Miguel Ángel Blanco - Entre Tragedia y Recuerdo

Su madre, "Carmen la de Ermua", murió durante un viaje

Tras su llegada a tierras catalanas, María del Mar Díaz González trató de pasar lo más desapercibida posible. Su trabajo en FCC le ayudó. Hizo nuevas amistades y se movía en una ciudad cosmopolita y abierta en la que una chica de su edad, 24 años, era una más entre la masa.

Miguel Ángel Blanco (abajo en el centro) junto al resto de componentes del grupo Póker. A la derecha, un primer plano del conceal del PP de Ermua asesinado.

Miguel Ángel Blanco (abajo en el centro) junto al resto de componentes del grupo Póker. A la derecha, un primer plano del conceal del PP de Ermua asesinado. Diario Vasco / El Correo

Durante los primeros años no le contó a nadie que ella era, en realidad, aquella chica que toda España había visto llorando, abrazada a la hermana de su novio en el balcón del Ayuntamiento de Ermua.

Al poco de aterrizar en Barcelona, Marimar conoció a Jaume. No le fue sencillo contarle su pasado. “Había sufrido mucho”, cuenta una amiga del pueblo en el que vive ahora. “No voy a decirte nada más. Ella quiere vivir tal y como hasta ahora, sin que se la ubique”, zanja la conversación. Tres años antes de casarse, Jaume y Marimar se trasladaron a la localidad en la que ahora viven. Ambos tienen una hija de ocho años, cuenta una vecina.

La señora pasaba largas temporadas sola en Reina, un pueblito de Badajoz de 180 habitantes. Allí, en una casa heredada y apartada del mundo, la llamaban Carmen la de Ermua, como confirman fuentes municipales. Su hija Marimar dejó de ir después del atentado. “Nunca más la hemos vuelto a ver”. Como también se le ve poco ahora en Ermua, donde sólo va en Navidades y en contadas ocasiones.

Que fue de la novia de miguel angel blanco

Author

  1. María Jiménez Ramos Profesora de la Facultad de Comunicación, Universidad de Navarra

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Universidad de Navarra provides funding as a founding partner of The Conversation ES.

Cuando la organización terrorista ETA secuestró y asesinó a Miguel Ángel Blanco Garrido, acumulaba en su haber de asesinados a cerca de 800 personas. Sin embargo, la movilización sin precedentes para pedir la liberación y condenar el asesinato del joven concejal de Ermua y, sobre todo, el hecho de que todos aquellos que tenían conciencia recuerden dónde estaban o qué hacían cuando recibieron la noticia de su secuestro o de su muerte dejan entrever que Miguel Ángel Blanco no fue una víctima más del terrorismo.

Veinticinco años después de aquellos días de julio, reparar en los motivos que explican por qué una víctima concreta ascendió a categoría de símbolo ayuda a comprender un episodio memorable de nuestra historia reciente.

Una vez más, ETA respondió a una crisis interna redoblando la crueldad. En la década de ochenta, pasados los años de plomo en los que la organización terrorista acumuló un mayor número de víctimas, quienes dictaban sus designios se convencieron de que los asesinatos selectivos no eran eficaces.

Las víctimas, en su mayoría, eran miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y de las Fuerzas Armadas o aquellos considerados “enemigos del pueblo vasco” y acusados de narcotráfico o de chivatos. Estos perfiles, unidos al avance del discurso nacionalista radical que dibujaba una frontera palpable entre los nuestros y los otros, empujaban a la sociedad, particularmente la vasca, a considerar a las víctimas como ajenas.

QUÉ SUPUSO SU ASESINATO

El dolor por la muerte de Miguel Ángel Blanco recorrió toda España. Aquel latigazo no sólo fue de pena, sino también de rabia, ira e indignación.

Desde el primer momento en que fue secuestrado, se sucedieron en todo el país manifestaciones exigiendo su liberación.

La movilización ciudadana fue histórica. Horas antes del asesinato, más de medio millón de personas se manifestaron en Bilbao para pedir a ETA que liberase a Miguel Ángel. Aquella manifestación la encabezó el entonces presidente, José María Aznar, acompañado del lehendakari José Antonio Ardanza, y demás líderes de partidos vascos. No se había visto nada igual hasta entonces en la capital vizcaína.

España decía basta ya al terrorismo. Al día siguiente de aquellas masivas movilizaciones se sumaron 500.000 en Sevilla y 300.000 en Zaragoza.

La ciudadanía respondía así al hartazgo a la violencia terrorista, que veía cómo apenas nueve días después de la liberación del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, secuestrado por ETA durante 532 días, se producía la agónica cuenta atrás de la vida de Miguel Ángel Blanco.

Fue lo que más tarde se conoció como el espíritu de Ermua, una reacción social sin precedentes contra ETA.

Aquel fue el tercer secuestro acabado en asesinato por parte de ETA, el 77 de toda su historia. Y también fue el último.

ETA siguió matando. Con bombas, con más tiros en la nuca. Miguel Ángel Blanco fue la víctima número 778 de las 854 de la banda. Todavía quedaba mucha sangre por derramar. Pero aquel asesinato a sangre fría fue un claro antes y después en la sociedad española y en la sociedad vasca, que se prometió que aquellas terribles 48 horas no caerían en el olvido.

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