Una reina con criterio propio
Victoria ascendió al trono siendo muy joven, con 18 años, después de que sus tres tíos, por delante de ella en la línea de sucesión, murieran sin tener hijos. De esta forma se convirtió en reina regente hasta que el 11 de febrero de 1840 contrajo matrimonio con el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha de quien estaba profundamente enamorada. Cabe recordar que en aquella época la mayoría de enlaces se llevaban a cabo por intereses, pocos de ellos por amor.
La reina de Inglaterra fue quien pidió matrimonio a su enamorado, algo a lo que se vio obligada, aunque no deje de ser un acto de modernidad, debido a las normas de la época: solo el monarca podía ser quien lo hiciese. Lo que muchos no esperaban era que fuese a romper con las normas en cuanto a su vestido de novia y que lo eligiese de un color inusual en aquellos años: blanco.
La boda desencadenó una serie de tradiciones
La boda real de Alberto y Victoria fue diferente a todas las demás y dio comienzo a una serie de tradiciones que aún se observan hoy en día. Apartándose del protocolo real de celebrar ceremonias nupciales privadas por la noche, Victoria estaba decidida a que su pueblo viera la procesión nupcial a la luz del día, e invitó a más invitados que nunca a observarla. Esto abrió la puerta a bodas reales más publicitadas.
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10 de febrero de 1840: La reina Victoria y el príncipe Alberto a su regreso del servicio nupcial en el Palacio de St James, Londres. Obra de arte original: Grabado de S Reynolds según F Lock. (Crédito de la foto: Dominio público)
Como el vestido era bastante sencillo y fácil de recrear, comenzó un boom de vestidos de novia blancos que, por supuesto, desembocó en la arraigada tradición actual.
Su tarta nupcial también era enorme, pesaba alrededor de 300 libras y se necesitaron cuatro hombres para transportarla. Tras el acontecimiento, nació otra tradición cuando Victoria plantó en su jardín el mirto de su ramo, del que más tarde se utilizaría una ramita para el ramo de novia de Isabel II.
Viudez
El mismo año en que perdió a su madre, la reina Victoria tuvo que hacer frente a una muerte que fue mucho más traumática y dolorosa para ella: la de su marido. El príncipe Alberto falleció el 14 de diciembre de 1861, probablemente a causa de fiebre tifoidea.
El duelo que embargó a la reina inglesa fue tan intenso que vistió de luto durante el resto de su vida. Por eso se ganó el apodo de “la Viuda de Windsor”, descuidó su peso y su aislamiento la volvió impopular con el pueblo británico durante un tiempo.
Antes de morir, Alberto había comprado una casa llamada Balmoral en Escocia, esa se convirtió en una de las residencias favoritas de la reina Victoria durante sus años de aislamiento. Allí entabló una relación muy cercana con un miembro del personal llamado John Brown.
Se dijo que la monarca y su sirviente eran amantes e, incluso, que llegaron a casarse en secreto. Esa relación fue muy cuestionada, puesto que él no pertenecía a la nobleza. De cualquier modo, Brown murió en 1883 y provocó nuevamente un gran dolor en la reina.
Tenían una familia numerosa
A pesar de su conocido odio a los bebés, Victoria dio a luz a nueve entre 1840 y 1857: cuatro niños y cinco niñas, la mayoría de los cuales se casaron con miembros de otras familias reales europeas, lo que le valió el título de "Abuela de Europa".
Esto significa, curiosamente, que el Rey del Reino Unido, el Kaiser de Alemania y el Zar de Rusia durante la Primera Guerra Mundial eran todos primos hermanos y nietos de Victoria.
El zar Nicolás II de Rusia con el rey Jorge V de Inglaterra, que guardan un asombroso parecido. (Crédito de la imagen: Hulton Archives / Getty Images / WikiMedia: Mrlopez2681)